Sunday, August 19, 2012

Recuerdo antioxidante


Por Lupita Navarro

Cuando era niña la navidad era el día más esperado. Creíamos en Santa Clós
porque mis papás y tíos veían la forma de mantenernos la fantasía. En noche
buena nos mandaban a dormir alrededor de las diez. Como si la emoción nos
fuera a dejar caer en el sueño. Nos metían a todos los primos al cuarto de mi
nana porque era el más grande. Qué íbamos a dormir. En cuanto nos dejaban
según ellos quietos, corríamos en silencio a la puerta para asomarnos aunque nos
hubieran dicho que Santa sólo venía si nos dormíamos.

Uno de esos días esperados, nos “despertaron” antes del amanecer, y
corrimos a la sala donde la rama de un palo fierro la hacía de árbol de navidad.
Detrás de él, con un papel dorado y Santa Closes en caballitos de carrusel,
sobresalía mi regalo. Debía ser mío, mía por que la quería desde hacía mucho. La
había querido siempre. Una bicicleta. Qué trabajo debieron pasar para envolverla
y yo lo rompí de volada, eufórica y bien feliz. Un cuadro rosa con las llantas
blancas y cintas a los lados del manubrio. Tenía unos pantalones de mezclilla que
nunca me quitaba, tenían un montón de agujeros y los más grandes estaban en
las rodillas.

Ahora vuelvo a ser niña en el recuerdo, y constantemente me observo
paseando en el patio, en la calle, con esos pantalones que me acabé antes de que
ya no me quedaran. En la memoria sigo trepada en esa bicicleta que aún se oxida
en el patio trasero.

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