Por Fernando Andrade
Ellos trabajando todo el día para poder darnos la
mejor educación. Ellos mandándote a una escuela de paga a la que asistían los
Zaied, y los Dabdoub, las familias más poderosas de la ciudad. Él, siempre
enojado porque sólo había dinero para pagar la colegiatura. Ella, siempre con
los ojos tristes porque él, siempre enojado.
Tú, callado y taciturno porque no
querías estar en ese lugar. Tú, tomado de las rejas con todas tus fuerzas,
imaginando que, como He-Man, las podrías abrir y escapar. Tú, con todas las
estrellitas doradas en la frente.
Ella, preocupada porque la maestra
cree que el primogénito es un autista. Él, tomando y gritando, y generalmente
no sabiendo cómo se es un padre.
Y él te regala la mitad de un chicle Bubble
Yum de sandía, y tú lo guardas como un tesoro. Y llega el recreo, sacas de tu
bolsa el chicle con marcas de dientes, para presumirlo; pero llega un
idiota, que es, como, el hijo del presidente, y abre un paquete completo
de chicles. Tú, masticas y callas.
Y tú no entiendes. Los papás no saben
nada. Nunca es suficiente. Nada es suficiente. Y pasan los años, y luego sí lo
entiendes.
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