Tuesday, September 25, 2012

Últimas noticias


Elsa Jiménez

-¿Entonces qué?
-¿De qué o qué?
-No te hagas. - Responde secamente el hombre. Ella hace una pausa larga, mientras mira a la calle sin ver nada. Finalmente contesta:
-Pues ¿y dónde?
-Tu nomás sígueme, mi’ja. -La toma de la mano y se alejan del parque.
A la mañana siguiente el titular del periódico la “i” lo anunciaba: Una mujer indigente como de unos cincuenta años fue encontrada sin vida en una casa abandonada en el centro de la ciudad, se desconocía la identidad del asesino.
Yo compré el diario por pura curiosidad, esas noticias ni me gustan. Cuando miré la foto me quedé helada. La muerta tenía la misma falda verde limón, corta, con flores blancas que había visto usar a la mujer en el corredor el día anterior. Recordé la sonrisa breve, luminosa, que se dibujó en su rostro al irse con aquél tipo.

Monday, September 17, 2012

La Flaca


Oswaldo Olivas

Me la mataron. Pinches chotas no valoran la vida.
Tres años anduvo conmigo. Me la encontré en Mazatlán, la última vez que regresé del atún.
Una vez mordió a una doñita, pero no era brava.
La semana pasada estaba en el parque del Mundito, porque ya no nos dejan entrar al parque Madero. Llegaron los mulas y me quisieron levantar.
La Flaca se puso roñosa y le ladró al policía. El culero le pegó un patadón en la cabeza.
Algo le movió, porque estuvo convulsionándose un rato.
No la libró.
El pinche perro se fue riendo.

Los Hipócritas


Por Axel Valdez

Cada día nos guardamos las barbas, nos ponemos los zapatos, nos fajamos la camisa. Le sonreímos al compañero insoportable en el estacionamiento. Nos reímos con los chistes del jefe. Tenemos una charla casual con el que siempre trata de jodernos. Levantamos la mano en las reuniones. Hacemos observaciones inteligentes con cuidado de no ofender a nadie. Hacemos nuestro trabajo de ocho a cinco y lo hacemos bien. De vez en cuando nos ascienden, nos aumentan el sueldo, nos dan una palmadita en la espalda.

Somos los que hace diez años condenábamos al capitalismo. Los que vestíamos camisetas negras deslavadas, aretes y pulseras punk. Somos los incorruptibles, los orgullosos, los rebeldes.

Somos los que le dimos las nalgas al sistema.

Somos los hipócritas.

Tuesday, September 11, 2012

Tres Cigarros.


Axel Valdez

No teníamos nada. La sala era un sillón que ya estaba allí cuando llegamos. Tenía los resortes hundidos de un lado, pero estaba al chingazo para pasar el rato. La cocina era una parrilla eléctrica que encontré en un tianguis una vez y que pusimos arriba de una java de madera que hacía las veces de alacena. Dormíamos encima de un par de cobijas, y si hacía frío quitábamos una y nos la echábamos encima.

La neta, nunca nos agüitamos. O no sé, a lo mejor mi morra sí, pero nunca dijo nada. Yo era bien feliz pasando las noches hablando de las rolas que nos gustaban, de cuando estábamos morritos, o de las cosas que íbamos a hacer cuando tuviéramos dinero.

Hablábamos por turnos mientras fumábamos cigarros de los más baratos: Boots, Faros, Alitas, lo importante no era que estuvieran buenos, sino poder comprar más. Cuando estás así de jodido tienes que asegurarte de siempre tener cigarros, porque en esos días en los que no hay ni para sopas Maruchán, cuando ya no tienes ni madre qué comer, tres cigarros seguidos te revuelven el estómago y te quitan el hambre.

Ah, mi morra. Si me la encontrara ahorita, después de todo este tiempo, no le diría nada. Ni siquiera le preguntaría por qué no se despidió. Cuando tocas fondo las reglas son diferentes.

Cada nota retumbaba en mis oídos


Fernando Andrade

Me despertaron las luces en la carretera. Apenas podía abrir los ojos. Era de madrugada y faltaban algunas horas para llegar a nuestro destino. Tú manejabas, y los dos compañeros del asiento trasero dormían. El ambiente era helado, pues viajábamos con la refrigeración en el nivel más alto.

En el estéreo, sonaba el disco de Mogwai que escuchamos varias veces durante el viaje. Para ser exactos, la canción que escuché al despertar fue la de Hunted by a Freak.

Recuerdo la atmósfera de desolación creada por los guitarrazos al escapar de las bocinas, y el vacío en el estómago que me provocaba. No era la banda sonora perfecta para un viaje nocturno, pero el disco seguía ahí, en repeat perpetuo, y nadie presionaría el botón de expulsar.

Cada nota retumbaba en mis oídos y me hacía pensar que la canción estaba basada en nuestra historia. Imaginé que yo era una presa desamparada y tú, a lo lejos, buscabas el momento perfecto para jalar el gatillo. En tus dominios, predecías todos mis movimientos, siempre un paso adelante. Que sólo era cuestión de tiempo para rendirme ante la emboscada.

Qué equivocación la mía. Mi sangre ya estaba completamente drenada, mis pedazos ya vendidos al carnicero de la colonia. Mi cabeza disecada, clavada en tu corredor. Felicidades. Como los cazadores, supiste aprovechar el momento de confusión. Con astucia, reconociste en mis ojos, el brillo de quien ha visto muy poco. Eso fue así.

Claro, me faltaba mucho para saberlo. Uno va por la vida desconociendo que ya fue destazado, y está listo para consumo. Con la tranquilidad que sólo puede brindar la ignorancia, cerré los ojos, y me dejé arrullar por la misma melodía con la que los había abierto, creyéndome listo para tu siguiente ataque.

Tuesday, August 28, 2012

Cicatrices y misterios


Oswaldo Olivas

Estuve allí cuando murió su madre.  Lo conozco desde hace cuatro años y sé la historia de algunas sus cicatrices.
No habla conmigo, aún así nos entendemos.
Nos vemos casi a diario, no hay un lazo sanguíneo pero somos famila.
Su madre enfermó de repente y a las pocas semanas murió. A él no le importó, como si no se hubiera enterado.
Me ha enseñado que cada  cicatriz es una historia o un misterio. Nunca sabré cómo perdió ese pedacito de oreja.
Me hace pensar sobre la muerte, imagino que morirá primero que yo, como pasó con sus versiones anteriores.
Le gusta matar animales y lo presume, no estoy de acuerdo pero es su naturaleza. No espero que cambie.
A veces me mira sin moverse hasta que se duerme.
Todos los días le cambio de nombre.

Wednesday, August 22, 2012

Hasta la media noche


Luis Moreno

En casa de mi abuela siempre hemos pasado la Noche Buena. Ella siempre ha sido religiosa, por lo que había tradiciones que más bien eran reglas, una de ellas era  Nadie abre los regalos hasta la media noche, y sólo después de poner al niño Jesús en el nacimiento.

Para unos niños inquietos y desesperados por tener regalos, lo anterior era muy difícil de sobrellevar y, por supuesto, no lo hacíamos. La curiosidad siempre se imponía. Aprovechando cualquier oportunidad nos escabullíamos para tomar un regalo y medio abrirlo. Tal vez no podríamos jugar con él, pero al menos ya teníamos una idea de lo que venía.

Foto: danilosierrac 
Al llegar las doce yo ya sabía cuáles eran mis regalos, a excepción de uno, el que me daba mi padre. Ese siempre estaba escondido en algún lugar, nunca a la vista, sin oportunidad de abrirlo a deshoras. Gracias a esto, siempre había una sorpresa presente.

Mi padre nunca me preguntaba qué era lo que yo quería, él trataba de escuchar mis pláticas y sacar conclusiones. Regularmente lo hacía bien, siempre sus deducciones fueron correctas, sin embargo, una vez le salió sin intención.

En aquellos tiempos el Fantasy era el paraíso del infante, un lugar lleno de juegos y maquinitas. Una de ellas era la famosa maquinita de Los Simpsons, ésta siempre tenía mucha gente alrededor, por lo que  sólo poder jugarla ya era un reto. Cuando llegaba a casa después de una sesión, sólo hablaba del juego, mi padre al escucharme captó que el juego de Los Simpsons para Nintendo era lo que yo deseaba esa Navidad.

Sin embargo, la versión casera del juego era muy distinta a la que se encontraba en el Fantasy, le faltaba la jugabilidad y sencillez, yo ya la había jugado y la verdad no se encontraba en mi lista a Santa. Mi padre no sabía mucho de esto y se dio a la tarea de buscarlo.

Al convertirse la Noche Buena en Navidad, me encontraba ansioso por su regalo, pero noté la cara de pena al entregármelo. Lo abrí, dentro encontré una gorra original de los Atléticos de Oakland, mi equipo de beisbol, y en la visera un vale por el juego de Los Simpsons de Nintendo. Al verlo me dijo “perdón, no lo encontré, habrá que seguir buscando, pero tendrás tu juego”. A lo que yo respondí “No te preocupes, el juego no es tan bueno”.

La verdad, no le hice tanto caso al vale, lo que me importó fue la gorra. Esa gorra me acompañaría por los siguientes dos años o más.

Al final conseguiríamos el juego, no era tan malo después de todo.