Wednesday, August 22, 2012

Hasta la media noche


Luis Moreno

En casa de mi abuela siempre hemos pasado la Noche Buena. Ella siempre ha sido religiosa, por lo que había tradiciones que más bien eran reglas, una de ellas era  Nadie abre los regalos hasta la media noche, y sólo después de poner al niño Jesús en el nacimiento.

Para unos niños inquietos y desesperados por tener regalos, lo anterior era muy difícil de sobrellevar y, por supuesto, no lo hacíamos. La curiosidad siempre se imponía. Aprovechando cualquier oportunidad nos escabullíamos para tomar un regalo y medio abrirlo. Tal vez no podríamos jugar con él, pero al menos ya teníamos una idea de lo que venía.

Foto: danilosierrac 
Al llegar las doce yo ya sabía cuáles eran mis regalos, a excepción de uno, el que me daba mi padre. Ese siempre estaba escondido en algún lugar, nunca a la vista, sin oportunidad de abrirlo a deshoras. Gracias a esto, siempre había una sorpresa presente.

Mi padre nunca me preguntaba qué era lo que yo quería, él trataba de escuchar mis pláticas y sacar conclusiones. Regularmente lo hacía bien, siempre sus deducciones fueron correctas, sin embargo, una vez le salió sin intención.

En aquellos tiempos el Fantasy era el paraíso del infante, un lugar lleno de juegos y maquinitas. Una de ellas era la famosa maquinita de Los Simpsons, ésta siempre tenía mucha gente alrededor, por lo que  sólo poder jugarla ya era un reto. Cuando llegaba a casa después de una sesión, sólo hablaba del juego, mi padre al escucharme captó que el juego de Los Simpsons para Nintendo era lo que yo deseaba esa Navidad.

Sin embargo, la versión casera del juego era muy distinta a la que se encontraba en el Fantasy, le faltaba la jugabilidad y sencillez, yo ya la había jugado y la verdad no se encontraba en mi lista a Santa. Mi padre no sabía mucho de esto y se dio a la tarea de buscarlo.

Al convertirse la Noche Buena en Navidad, me encontraba ansioso por su regalo, pero noté la cara de pena al entregármelo. Lo abrí, dentro encontré una gorra original de los Atléticos de Oakland, mi equipo de beisbol, y en la visera un vale por el juego de Los Simpsons de Nintendo. Al verlo me dijo “perdón, no lo encontré, habrá que seguir buscando, pero tendrás tu juego”. A lo que yo respondí “No te preocupes, el juego no es tan bueno”.

La verdad, no le hice tanto caso al vale, lo que me importó fue la gorra. Esa gorra me acompañaría por los siguientes dos años o más.

Al final conseguiríamos el juego, no era tan malo después de todo.

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