Wednesday, August 22, 2012

A golpe de rueda



Ana Contreras

Los momentos más felices de mi infancia van acompañados de ruedas y golpes.

—La Lupita quiere que Santa le traiga patines —dijo David.
—No, patines no —respondió Ana, con la masa entre las manos y esa rudeza suya de toda la vida. Así, sin siquiera mirar, descartó los deseos de la pequeña sin importarle que estuviera a su lado en esa charla de cocina.

Pinche Santa, de todos modos siempre trae lo que le da la gana, pensé. Santa no me defraudó, ese diciembre del noventa tampoco llegaron los patines.

Las navidades solíamos pasarlas en dos tiempos: primero en casa de los abuelos paternos. Con ellos la cena siempre exquisita, los regalos, la sidra, los acetatos de las tías solteras, las charlas interminables, la chimenea, las mascotas y la visita de ese ser tocado por Dios: Tío René, el sacerdote de la familia. Pasada la noche buena, dulce y casi siempre sin contratiempos, los abrazos y el temporal de paz y armonía, íbamos a recalar al Palo Verde, a la casa de los abuelos maternos donde la experiencia era todo lo contrario a las horas previas. No abundaré en ellas.

"La bicicleta con alas", Julio Vanzo.  
Esa noche no dormí. Sabía, por la expectativa creada por mi madre, que algo grande venía; desde luego no serían unos patines, ya para ese entonces había perdido la fe. Un milagro no iba a ocurrir, no a mí. Mis padres abrían y cerraban la puerta para verificar que estuviéramos dormidos, eso de fingir no es lo mío pero aguanté como pude y me quedé quieta hasta que finalmente anunciaron la llegada de Santa. Vaya, pensé que no vendría, pero... por dónde chingados entró, si estuve pendiente y nunca se oyó el abrir y cerrar del cerco, me dije. Salí como cuete de entre las colchas, mis hermanos no se inmutaron.

En fin, nunca lo hubiera imaginado, era aberrante pensar en un premio después de haber metido la pata en los rayos, pese a la advertencia de mi padre y ambos salir volando algunos metros. No fue un accidente, fue curiosidad.
Las horas siguientes transcurrieron sobre ruedas, la bici estaba un poco grande para mí, era roja y tenía colchonetas color rosa con estrellas blancas. Se llamó Bimex, no me pregunten por qué, quizá sea porque a todo le pongo nombre. Imprudente como soy, me metí los meros madrazos por las avenidas de la Emiliano Zapata donde dejé los codos y las rodillas, no había pavimento, las calles eran subidas y bajadas.
Pero no se baja de la bicicleta, decían. Siempre he sido muy atrabancada, será por eso que desde pequeña estoy acostumbrada a los accidentes, aunque no tengo recuerdo de haber tenido tantos como aquel día. Cuando al fin dejé de caer, fue como tener alas.

Recuerdo muy pocas sorpresas a lo largo de la vida, pero esa, sin duda, es la más feliz de la infancia. Pinche Santa, se la voló.


No comments:

Post a Comment