Thursday, August 16, 2012

Niño Perdido


Por Axel Valdez

Tengo cinco años, y por alguna razón estoy saliendo de la escuela una hora
antes. Mi casa está del otro lado del mundo. Cruzo el portón de la escuela y
me paro en la banqueta. Miro a ambos lados y me quedo paralizado por varios
minutos. Nunca he estado en el mundo solo. No tengo idea de cómo llegar a la
casa y aunque la tuviera ¿cómo llega un niño de 5 años al otro lado del mundo?

Sigo paralizado por un rato y por alguna razón decido que lo mejor será darle
una vuelta a la manzana. Camino. Le doy una segunda vuelta. A la tercera
vuelta me empiezo a dar cuenta de que no se qué hacer, y el miedo empieza a
aumentar. Le doy una cuarta vuelta con los ojos llorosos. A la quinta vuelta me
siento en la banqueta, atrás de la escuela, a llorar.

Unos tenis sucios se paran frente a mí. Levanto la vista y veo que es
alguien grande, de unos diez años, y que ha dejado su bicicleta acostada en la
orilla de la calle, al lado de sus cinco o seis amigos grandes de también unos
diez años y con bicicletas. Me pregunta por qué lloro, le explico que no sé como
llegar a mi casa, que está bien lejos, que mis papás no saben que salí temprano
de la escuela.

La pandilla de adultos decide darme un aventón. Me preguntan dónde
vivo y yo sólo sé que en la esquina de mi casa hay un taller de máquinas para
sembrar, frente a unas parcelas. Uno de ellos grita "yo sé dónde es", y me dice
que me suba "en los diablos".

Me trepo en la bicicleta y durante más de una hora recorremos la colonia.
Damos vueltas, perdemos el camino, desandamos lo andado y tomamos nuevas
calles en lo que es ya más una aventura que un aventón a casa. Hasta se me
olvidan los grandes problemas que tenía hace un rato.

Por fin, en una vuelta, reconozco mi casa a lo lejos. Les grito que ahí es,
y me dejan en la puerta. Cuando entro a la casa encuentro a mis papás con cara
de susto: ella después de irme a buscar a la escuela, y él después de salirse
del trabajo ante las llamadas histéricas acerca de un hijo perdido. Han pasado
dos horas después de mi hora de salida habitual. Gritan regaños mientras me
abrazan con alivio. En cuanto puedo les cuento de mis salvadores, pero estos ya
hace rato desaparecieron.

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