Fernando Andrade
Primer encuentro.
Tengo 4 años, son las tres de la mañana de Noche Buena que todos pasamos en casa de mi Nana Licha. Me levanto de la cama, y en mis pijamas de Superman, me introduzco en la nube de cigarro de la sala. Le pregunto a mi tío David, "¿ya llegó Santa Clós?" Él me contesta, "no mijito, todavía no llega, vete a acostar, ándale". Sin cuestionar, me regreso a la cama donde duermen mis primitos y cierro los ojos. Creo en Santa Clós.
Segundo encuentro.
Foto: Carlos Sánchez. |
Tercer encuentro.
Tengo seis años. Es veinticinco de diciembre, y son las once de la mañana. Mi hermano y yo en casa de la abuela y desesperados, tratamos de despertar a mi papá, para que nos lleve a casa por nuestro regalo. Mi mamá entra al cuarto y nos dice que, antes de casa, tenemos que ir a misa. El René y yo, sólo pensamos en el Atari que nos espera al llegar. Después de chutarnos la misa de doce, seguido de los abrazos eternos, al fin llegamos. Entramos corriendo, directo al arbolito, repleto de luces apagadas. El Atari no está. El Atari no está. Nos paralizamos sin saber qué hacer. Cuando estamos a punto del dueto de llantos volteamos a la cocina y allí, en el suelo, dentro de una bolsa de papel, yace nuestro Atari. Santa sólo tuvo tiempo de entrar a la cocina. Creo en Santa Clós.
Después de tantos años, es curioso: recuerdo las consecuencias de tener unos papás torpes en Navidad, pero, por más que intento, no puedo recordar el día que dejé de creer en Santa Clós.
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